Ella esperaba ansiosa sin saber qué contarle. Él caminaba nervioso, junto a dos funcionarios, repasando cómo comportarse. Fue suficiente un cruce de miradas para que él no reparara en que había desaparecido la melena rubia, y que la boca que parecía devorarle a través del papel se había esfumado. A ella no le importó su calva incipiente, ni que sus músculos se hubieran desinflado. Se olvidaron de las mentiras fotografiadas de sus cartas, para disfrutar de su primera cita.
Apenas se rozaron, bastó con verse y oírse para abrir un paréntesis infinito en la soledad que invadía sus vidas.