(La foto está tomada de la red) |
Cada mañana se levantaba recordando ese sueño incomprensible que le acompañaba los últimos meses. En él se veía como una persona querida por todos, rodeado de felicidad y paz, en un mundo en el que nadie era más que nadie.
En cuanto ponía los pies en el suelo se vestía con su uniforme, mandaba que le prepararan un café bien cargado y se marchaba a su despacho. Le bastaba con empapar de tinta su pluma y firmar un par de sentencias de muerte para conseguir que esas pesadillas recurrentes, que tanto le atormentaban, desaparecieran al instante de su cabeza.
P.D. Aprovecho para dejaros un enlace a "DEP" el último microrrelato publicado "Entre vueltas de tuerca"
Durísimo. Si alguien pone su firma en una pena de muerte, qué menos que pague en pesadillas lo que de vida resta a otro?
ResponderEliminarUn abrazo
Miguel Ángel, un texto que nos muestra la humanidad de la cual dudo que tengan los dictadores. Me gustó mucho el efecto que consigues darle al final.
ResponderEliminarUn abrazo.
Le has dado la vuelta. Nada de remordimientos, disfruta de ser lo que es y hacer lo que hace. Lo demás, ese hombre bueno que se rebela en su interior, es pura pesadilla. Muy bueno, Miguel.
ResponderEliminarUn abrazo.
La vida es una cuestión de equilibrio, je je.
ResponderEliminarMuy bueno Miguel ese cambio de perspectiva.
Abrazos.
Quizás confunde el ser querido con ser temido. Una bofetada de 99 palabras.
ResponderEliminarConciso.
Besos de Gofio