(La imagen está tomada de aquí) |
Rodeada de familiares, pero sola, sus últimas horas transcurren con las penurias de su niñez surgiendo a borbotones. Nunca ha olvidado ni el frío que siempre hacía en casa, ni cómo repartía la comida con su hermano: cuando había sardina la cabeza para uno, la cola para el otro; cuando tocaba huevo sorteaban yema y clara. Si algún festivo tocaba ración completa ninguno podía acabarla. Ahora agoniza escuchando a sus hijos pelearse por su dinero, pero muere satisfecha porque ya no siente ni hambre ni frío. Sabe que las discusiones terminarán cuando muera; para eso lleva días comiendo papel.
A veces en ésta vorágine en que estamos envueltos, nos olvidamos de que seguimos siendo privilegiados.
ResponderEliminarPor lo que veo, hizo bien.
ResponderEliminarMiguel, una historia que muestra como es la naturaleza humana, que no sabe apreciar el esfuerzo para conseguir ese dinero que les hará felices. Lo mejor para estos casos es gastárselo en vida.
ResponderEliminarUn abrazo.
Si los hijos no saben valorarlo, se lo lleva con ella, que ella supo compartir cuando no tenía nada. Eso es.
ResponderEliminarUn abrazo, Miguel.
¡Qué bueno, Miguel! Dulce justicia la que se puede tomar uno mismo.
ResponderEliminarMis aplausos, caballero.
Un abrazo,