Siempre invitaba a los críos más guapos para escuchar junto a él los partidos y las radionovelas. Nunca faltábamos ninguno a la cita pero el día de la final los otros chicos estaban castigados, y a las chicas no les apetecía ver fútbol.
Mis recuerdos se emborronan entre el vino de consagrar, para espantar el frío, y la lucha de los jugadores contra aquellos rusos con rabo y cuernos. Sin embargo jamás olvidaré el gol de Marcelino; no porque por primera vez fuimos campeones, sino porque aquel día don Tomás quiso demostrarme lo que él entendía como amor fraternal.
Miguel, un relato que mezcla ternura, historia y una depravación que es la que uno se lleva con ese final.
ResponderEliminarLos abusos a menores deberían estar más castigados de lo que están, y la iglesia no taparlos como lo han hecho. Es un crimen.
Un abrazo.
Muy actual tu relato Miguel. Como dice Nicolás, demasiado callado ese abuso a los menores por la iglesia, ¡es espeluznte!! Me ha gustado mucho tu relato, dice mucho, puedes imaginar muchas vidas a la vez.
ResponderEliminarBesicos muchos.
Un micro que es como una puñalada a la memoria colectiva, Miguel; a la complicidad que supone el silencio, al sometimiento al poder que -por suerte- se ha ido evaporando. Sólo espero que -para ellos- sea verdad aquello que profesan para que paguen en algún momento; aunque -por razon de mi falta de fe- prefiero la justicia terrenal.
ResponderEliminarUn abrazo,
Wow. En verdad me impacto el final. Es impresionante lo que se puede lograr con tan pocas palabras!
ResponderEliminarhe elegido este para comentarte por ser el primero
ResponderEliminartienes mucho arte, aunque supongo que ya te lo han dicho