Cambió las botas de fútbol por las militares y la camiseta rojiblanca por el uniforme azul. Los gritos de ánimo en los estadios quedaron enmudecidos por los llantos de los campos de concentración, y los regates eléctricos sirvieron de ensayo para los desfiles marciales. Desinfló la pelota de cuero para abrillantar su Mauser el mismo día que arrugó la lista de máximos goleadores para contabilizar muertos. Su cara desapareció de los periódicos deportivos para copar las portadas del panfleto del Régimen. Lo más triste, leyendo su biografía, fue saber que dejó de ganar los partidos para ganar la guerra.
Durante los primeros diez años en este blog todas las historias que fui publicando estaban contadas en 99 palabras. Ahora cada una de las historias toma su propia extensión.
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Muy triste el cambio. No hay guerra buena ni deporte malo
ResponderEliminarUn abrazo
No sé yo...
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