Soñé cinco noches seguidas y siempre la pesadilla era la misma: ella tomaba el abrecartas de mi despacho, lo empuñaba, y me lo clavaba por la espalda mientras yo rellenaba informes. Cada vez que se lo contaba decía que no debía hacer caso a los sueños, ya que esa era la mejor forma que había para que nunca se hicieran realidad. Yo la escuchaba, e intentaba creerla, pero nunca terminé de convencerme. Solo supe cuánta razón tenía en aquello de que no se cumpliría, cuando el abrecartas eligió mi mano y su cuello para demostrar lo afilado que estaba.
P.D. No te pierdas la última entrada de mi otro blog. Se titula "La casa que olía a chocolate".
P.D. No te pierdas la última entrada de mi otro blog. Se titula "La casa que olía a chocolate".