A primera hora se encarga de mostrarte los sitios que quedan libres junto a la puerta del hospital. Después intenta venderte “La Farola” siempre con su cara más triste, independientemente de las noticias que incluya. Al caer la tarde monta su tenderete y te ofrece los últimos éxitos en música y cine.
Ni es aparcacoches, ni regenta un quiosco de prensa, ni sabría reconocer a Bardem o Bisbal, pero malvive con su pluriempleo callejero. Cada noche cuando se acuesta sobre los cartones y observa el cielo, huérfano de estrellas, se pregunta cuánto tendrá que esperar hasta encontrar la suya.