Pese a que ya han pasado dos años sabe que lo volvería a hacer, no tiene duda alguna. Encerrada en aquella celda recuerda hasta el más mínimo detalle de lo sucedido. Cuatro palabras: “¿Qué tal tu hija?”, bastaron para desencadenar la tragedia. El intento de diálogo al cruzarse por la calle acabó antes de empezar, un spray rociado en la cara y una piedra directa a la sien bastaron. Trastorno mental transitorio más nueve años y medio de cárcel a cambio de una vida. La tranquilidad del deber cumplido a cambio de una existencia rota casi antes de comenzar.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiNW722ZEq7PPQY5xhFxi3TFExZIprPyCExcRVlUnuwyDf1CSERG_AM84blUXzWdQaXUYnwnAUCsEEB9wL5mjU2VggqO8mWiRviKgLSwCPLMudnw0oON0jZErAdjU-c3rnaP8Cz92VkX08/s400/Monstruos.gif)
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