Llegaba temprano al albergue, se duchaba con otros veinte tipos y desayunaba el mismo café aguado y las mismas galletas. Después tomaba el metro en hora punta, y viajaba apretujado hasta que bajaba en Sol. Entonces caminaba por Preciados y Arenal saludando a todos los que por allí pasaban. A continuación paseaba por Montera, Desengaño y Ballesta sólo para escuchar como le llamaban cariño, guapo y mi amor. A la hora de comer, si no conseguía colarse en alguna celebración familiar, regresaba al albergue. Al acabar el día marchaba a su casa, encendía la tele y rompía a llorar.
Durante los primeros diez años en este blog todas las historias que fui publicando estaban contadas en 99 palabras. Ahora cada una de las historias toma su propia extensión.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Los otros caminos
Esta es mi segunda propuesta para el concurso de Zenda #HistoriasdelCamino Los otros caminos Cuando reservé el autobús para ir hasta Vilalb...
-
Esta entrada es mi propuesta para el reto de noviembre de Esta noche te cuento . Esta vez se trataba de inventar una palabra y yo he tom...
Miguel, soledad pura y dura la que muestras en este microrrelato, y es que existen muchas islas dentro del continente llamado sociedad.
ResponderEliminarBien hilvanado.
Abrazos.
Más crudo que un animal vivo. Te manejas como un maestro en este registro, aunque te prodigues poco.
ResponderEliminarDuro Miguel, conmueve y escuece.
ResponderEliminarUn saludo indio
Mitakuye oyasin
Crudo es poco Miguel.
ResponderEliminarMuy bueno lo de que vaya saludando a todo el mundo por la calle, y que pasee por las zonas de las "señoritas que le llaman a uno de tú", para sentirse querido. Me ha recordado una frase de la película "Crash" que venía a decir, más o menos, que "estamos tan solos que buscamos chocar solo para sentir el contacto humano".
Saludos.
Muy triste y muy real para muchos, Miguel. ¿Has leído a Sergi Pàmies? Creo que te gustaría. Un abrazo.
ResponderEliminar