Nunca había pisado un laboratorio, ni se había puesto una de esas batas blancas que usan los que allí trabajan. Jamás le importó qué quería decir que su concentración fuese 12 molar, o su riqueza del 38% en peso. Desconocía qué era el pH, y tampoco sabía que servía para disolver metales, formar sales, desprender hidrógeno... Y sin embargo aquella mañana lo utilizó como el mejor de los químicos. Masticando el odio acumulado durante los últimos meses se quedó observando cómo se fundía aquel rostro que tantas veces había acariciado, seguro de que esa marca la acompañaría para siempre.
Durante los primeros diez años en este blog todas las historias que fui publicando estaban contadas en 99 palabras. Ahora cada una de las historias toma su propia extensión.
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Y qué facil, ¿verdad?
ResponderEliminarLamentablemente si este método de infringir dolor no existiese, siempre hay una lista de otros métodos que pueden entrar al relevo, entre los que se puede tranquilamente elegir.
Saludos
Duro relato Miguel, tan duro como el odio que va forjando espantosos sentimientos.
ResponderEliminarUn dulce saludo.
Miguel. APLAUSOS, solo puedo decir eso. Has sacado algo valioso de una noticia desgraciada, la verdad.
ResponderEliminarMe parece un microrrelato ejemplar, así que si no te importa, lo comparto.
Saludos.
El odio arrasa la mente, hasta que ésta puede concebir usar un ácido para torturar a un ser humano.
ResponderEliminarSi no fuera porque lo relaciono con noticias cotidianas en India y otras zonas, la verdad es que sería un post duro, pero así leído, es aterrador.
Un saludo.
Tremendas, Miguel. La noticia y tu forma de plasmarla. Felicidades.
ResponderEliminarUn abrazo.
Tan real por desgracia como la vida misma. Horribles acontecimientos que día a Dia siguen ocurriendo. ¡Qué bien lo has plamado!
ResponderEliminarBesicos muchos.
Es incluso más directo y honestamente brutal de lo que sueles. Tan fuerte como bueno. Aunque te prodigues poco sigues en plena forma.
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