Cuando el indigente le sale al paso solicitando ayuda, Javier se tapa la nariz, mira hacia otro lado y le insulta. En su vida solo cuenta esa oferta, que nunca llega, para ser un mandamás de la multinacional donde trabaja, acumular deportivos en su garaje y muchos ceros en su nómina. Ya en casa suelta la tableta y el iphone, se quita traje y corbata, e intenta eliminar la gomina y el rictus castigador. Después, al entrar en el salón, su mujer evita su mirada, mientras que sus hijos se tapan la nariz y le insultan en voz baja.
Durante los primeros diez años en este blog todas las historias que fui publicando estaban contadas en 99 palabras. Ahora cada una de las historias toma su propia extensión.
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Tiempo sin pasar. Siempre tan crítico con las realidades humanas...
ResponderEliminarHay cerdos que visten de Armani, pero no dejan de emitir su hedor.
ResponderEliminarUn asaludo
¿Por qué en voz baja?
ResponderEliminarLos insultos duelen más cuando ni siquiera se los pronuncia.
Lo digo por los hijos, claro.
Saludos
J.