Su vida era feliz hasta que en casa empezaron a aparecer, para quedarse, palabras que jamás había escuchado antes. La primera fue bancarrota. Después vino otra que tampoco entendía, pero empezó a sentir; era desahucio. La tercera le agujereó para siempre su existencia; era suicidio. Después llegaron deudas, Hacienda, y un número que ni tan siquiera sabía escribir, pero se repetía alrededor suyo de forma machacona: 18000 euros. Hoy, con solo seis años, su vida se compone de palabras sin sentido, una madre desquiciada y decenas de cartas repitiendo el galimatías: “heredero de distintas cuentas pendientes con el Estado…”
Durante los primeros diez años en este blog todas las historias que fui publicando estaban contadas en 99 palabras. Ahora cada una de las historias toma su propia extensión.
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Usamos las palabras como juego.
ResponderEliminarHaríamos bien en comprender que son poseedoras de fuerzas propias y seríamos selectivos al elegirlas para nuestro beneficio.
En éste sentido no distamos de la masa imbécil que fascinada por oír el tronido de un petardo causó el incendio y la pérdida de las casas de los que ahí habitaban.
Como especie, aún rebuznamos.
Y este sin sentido lo permitimos...unos más que otros. De locos.
ResponderEliminarUn saludo indio
Mitakuye oyasin