Al día siguiente del vendaval el abuelo llegó a casa con los ojos pintados, los labios perfilados y unos pendientes enormes. La abuela se enfundó unos vaqueros y fumó su primer puro. Mamá confesó lo de esa amiga con la que se ejercitaba tanto en casa como en el gimnasio, y papá abandonó el armario de un portazo. Avergonzado por la situación les confesé que las olimpiadas que preparaba no eran las de Tokio. Felices como nunca, salimos a la calle. Por primera vez sin discusiones. Solo nos costó decidir en qué bar de Chueca caería la primera copa.
Durante los primeros diez años en este blog todas las historias que fui publicando estaban contadas en 99 palabras. Ahora cada una de las historias toma su propia extensión.
viernes, 23 de junio de 2017
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