Apareció junto a un club de la carretera de Andalucía. Cuando la policía le despertó, contó aturdido que tenía 88 años, que había salido de un pueblo pontevedrés a comprar orujo y se había despistado. Y aunque el aguardiente estaba en el maletero, no supo acreditar qué hacía él allí. Las marcas de besos, amontonadas por su cuerpo, no necesitaban justificación. Tras contactar con sus familiares, los agentes le dejaron en servicios sociales. Allí, ya despierto, lamenta su torpeza y teme que los otros le descubran. Sigue sin explicarse qué diferencia hay entre marcharse a comprar alcohol o tabaco.
Durante los primeros diez años en este blog todas las historias que fui publicando estaban contadas en 99 palabras. Ahora cada una de las historias toma su propia extensión.
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ResponderEliminarBueno... ambas son drogas legales, por lo que en principio no debería de haber problemas, ¿o sí?
ResponderEliminarSaludos,
J.