Mi madre era la única del barrio que tenía todos los nombres imaginables: Tatiana, Olga, Anastasia… lo que me convertía en la envidia del colegio. Por eso no acallaba los rumores que la tachaban de ser una espía enviada por los rusos para salvarnos de Franco. Los padres de mis amigos la devoraban con los ojos, mientras que las madres sabían que aunque era alta, de piel clara, y pómulos prominentes, sus secretos no eran políticos. Jamás olvidaré sus besos al estilo ruso. Esos que me daba cada noche, antes de marcharse a trabajar, diciendo que eran solo míos.
Durante los primeros diez años en este blog todas las historias que fui publicando estaban contadas en 99 palabras. Ahora cada una de las historias toma su propia extensión.
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Elegante, dejando entrever, sin decir ni un poco más de lo debido. Qué bueno que el niño hable así de su madre, con independencia de las circunstancias que viven.
ResponderEliminarCoincido en destacar la elegancia del texto como dice Luisa.
ResponderEliminarTierno y turbio a la vez, qué difícil. Saludos.
ResponderEliminarJooo me encanta. Muy tierno y con ganas de imaginar más allá.
ResponderEliminarBesos
Certero y emotivo.
ResponderEliminarMe gustó.
Las madres tienen ese embrujo, si señor.
ResponderEliminarUn relato corto pero que dice tanto... me encantó. Enhorabuena (por el texto y por seguir ahí al pie del blog!) :)
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