Pese a que ya han pasado dos años sabe que lo volvería a hacer, no tiene duda alguna. Encerrada en aquella celda recuerda hasta el más mínimo detalle de lo sucedido. Cuatro palabras: “¿Qué tal tu hija?”, bastaron para desencadenar la tragedia. El intento de diálogo al cruzarse por la calle acabó antes de empezar, un spray rociado en la cara y una piedra directa a la sien bastaron. Trastorno mental transitorio más nueve años y medio de cárcel a cambio de una vida. La tranquilidad del deber cumplido a cambio de una existencia rota casi antes de comenzar.

