
Tiene 19 años y anhela trabajar en Europa como bailarina, pero su pobreza supera a su arte y a su belleza. Un milagroso préstamo de 3000€ y la promesa de un trabajo la traen hasta España. Aquí sus sueños se evaporan nada más llegar al comprender que no serán sus bailes los que paguen la manutención y las deudas contraídas. Alcohol, cocaína, preservativos y babas conforman el peaje de vuelta, allanado ligeramente por un pequeño tesoro escondido bajo el colchón. Cada noche saca la fotografía, la besa y, sollozando, tararea la nana que siempre le cantaban antes de dormirse.